jueves, 24 de noviembre de 2016

Roberto Bolaño borrado

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Por Ignacio Echevarría
El Cultural.com

23.09.2016





Meses atrás saltaba la noticia de que el desaparecido Bolaño, autor fetiche de Anagrama, abandonaba las filas de Herralde y, a instancias de su viuda, Carolina López, sus libros pasaban al poder de Alfaguara. El sello de Random House reeditará, junto a varios inéditos, toda la obra del autor de 2666. Ignacio Echevarría, designado por el chileno consultor para sus asuntos literarios, rompe en este artículo un meditado silencio. Y lo hace para aclarar su papel, y el de los que rodearon a Bolaño, en la administración póstuma de su obra; para disipar dudas y malentendidos y, aún más, para contar qué hay detrás de la desconcertante decisión de Carolina López, cuya ruptura con Herralde, como antes con buena parte de quienes formaron el entorno más cercano al escritor en sus últimos años, parece relacionada con haber sido testigo de la relación de éste con Carmen Pérez de Vega. Una presencia en la vida del Bolaño más tardío que está siendo sometida a un proceso de “borrado”.



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Haber sido amigo de Roberto Bolaño los últimos años de su vida me ha deparado, una vez muerto él, algunas experiencias curiosas, vamos a decirlo así. Una de ellas ha sido asistir, más divertido que consternado, al proceso de mitificación de su figura, con el cortejo de malentendidos, exageraciones y falseamientos que inevitablemente conlleva. Otra ha sido observar cómo, quienes administran con toda legitimidad su legado, pretenden además controlar, mucho más discutiblemente, su memoria.

Escribo estas líneas movido por algunas de las interpretaciones que he oído dar al hecho de que la obra entera de Bolaño, incluido algún inédito, vaya a editarse en Alfaguara, abandonando el sello de Anagrama, la editorial que tanto contribuyó a su visibilidad y a su éxito crecientes, y a la que Bolaño confió hasta el final la mayor parte de sus libros, incluido el último que él dio por bueno, El gaucho insufrible.

Por lo que sé, no han sido razones económicas ni de estrategia editorial las que han determinado que la obra de Bolaño pase a publicarla otro sello. Después de haber pasado una oferta más que considerable, Jorge Herralde fue informado sin más del acuerdo con Alfaguara, es decir que no tuvo oportunidad de -como suele ser lo corriente en estos casos- pujar y mejorar su oferta para conseguir mantener a Bolaño en su catálogo. La decisión es difícil de explicar a la luz de la amistosa relación que Bolaño mantuvo en vida con Jorge Herralde, de su fidelidad a Anagrama, y de la fortuna que su obra -tanto la publicada en vida como la póstuma- ha corrido a su amparo.

Todo invita a sospechar que había un designio previo de arrancar a Anagrama la obra de Bolaño. Lo cierto es que hacía ya varios años que las relaciones de Carolina López, la viuda del escritor, con Jorge Herralde y su mujer Eulalia Gubern, otrora cordiales, habían quedado unilateralmente suspendidas. Ya a partir del año 2007, fecha de la publicación de La Universidad Desconocida, todos los tratos entre ellos se hicieron por vía de agente.

Por entonces hacía tiempo que Carolina López venía cortando sus relaciones con gran parte de quienes constituyeron el entorno más cercano a Bolaño durante los últimos años de su vida. Algo a lo que no cabe objetar nada, como no sea cierta inconsecuencia respecto a actitudes anteriores. Pienso en las mostradas hacia mí, sin ir más lejos. Es sabido que, recién fallecido Bolaño, tuve la iniciativa de recopilar todos los artículos y charlas de los que tenía noticia y publicarlos bajo el título Entre paréntesis, por supuesto que con la complicidad -además de la autorización- de Carolina, con quien mantenía entonces una relación sin duda afectuosa.

Poco después, me correspondió asesorar la decisión de publicar en un solo volumen 2666, novela en cuya edición participé. Fue al frente de la primera edición del libro, en 2004, donde Carolina López, en una “Nota de los herederos del autor”, decía que yo era el “amigo al que [Bolaño] designó como persona referente para solicitar consejo sobre sus asuntos literarios”. De estas palabras no cabe desprender en absoluto que yo fuera, ni jurídicamente ni a efectos prácticos, el albacea de Roberto Bolaño, por mucho que así lo hayan proclamado -nunca con mi consentimiento- algunos periodistas, ignorantes del significado real de este término. Lo que sí justificaban dichas palabras era que, en la medida de mis posibilidades, yo siguiese buscando las fórmulas más adecuadas para publicar el legado inédito de Bolaño, de cuya extensión sólo alcancé a tener un vislumbre parcial: el que me procuraba la copia del contenido del disco duro del escritor que la misma Carolina López me pasó al poco tiempo de su muerte (pues nunca llegué a revisar más que superficialmente los “papeles” y los cuadernos de Roberto).

A partir del contenido de ese disco propuse, en 2005, reunir un puñado de cuentos y de fragmentos narrativos inéditos al que puse el título de uno de ellos: El secreto del mal. En la “Nota preliminar” explicaba con toda la claridad que me fue posible -como ya había hecho en Entre paréntesis- la procedencia de los textos y el criterio con que los había seleccionado y ordenado. La publicación de este libro, sin embargo, se pospuso un par de años, probablemente a consecuencia de la determinación de Carolina López de apartarme en lo sucesivo, siquiera fuera como consultor, de toda decisión sobre el legado de Bolaño.

Dado que mi proceder como ‘editor' de las tres obras póstumas de Bolaño en las que tuve participación me parece muy poco reprochable, hay que buscar la causa de la decisión de Carolina en razones personales, y éstas señalan en una sola dirección: mi buen entendimiento con Carmen Pérez de Vega, la mujer con la que Roberto Bolaño mantuvo un larga y estrecha relación sentimental durante los últimos años de su vida (en especial los tres últimos, en que la relación se afianzó y se hizo más o menos pública).

La existencia de esta relación pertenece sin duda a la esfera de lo privado, y sacarla aquí a colación sólo se justifica en la medida en que la viuda de Bolaño la ha convertido en marca de fuego con la que señalar a quienes forman parte o no de lo que podríamos llamar la ‘memoria oficial' de Roberto Bolaño: una memoria retocada, censurada, siempre en nombre del interés de los dos hijos que Carolina tuvo con el escritor, Lautaro y Alexandra Bolaño López.

Renuncio a adentrarme en el pantanoso terreno a que aboca esta última consideración. Me limito a constatar el intento de imponer esa ‘memoria oficial' a costa de quienes de ningún modo podemos -ni queremos, por lealtad a Bolaño y a nosotros mismos- renunciar a la nuestra propia. Y a lamentar que ese intento interfiera en una administración del legado de Bolaño más acorde con su voluntad.

Mientras me ocupé de los inéditos de Bolaño no asumí, ni expresa ni tácitamente, condición de ningún tipo relativa a mi modo de proceder, menos aún a mi libertad de buscar información donde quisiese. El único motivo que me dio Carolina López para retirarme su confianza fue haberse enterado de que, durante los preparativos de El secreto del mal, yo había hecho alguna consulta a Carmen Pérez de Vega. Pero en absoluto pensé nunca que no podía hacerlo, como enseguida le repliqué, y de hecho ya le había consultado, y con provecho, cuando preparaba Entre paréntesis, cosa que Carolina López supo y que en su momento no me objetó.

He dicho ya que la suspensión unilateral del trato personal entre Carolina López y Jorge Herralde se produjo hacia el año 2007, el de la publicación de La Universidad Desconocida. En esa fecha, Carolina López rechazó con enfado la iniciativa adoptada por Jorge Herralde de confiarnos la edición de ese libro a Bruno Montané y a mí mismo, tarea que asumimos los dos con entusiasmo y con todo el rigor del que fuimos capaces. Supongo que había personas más competentes que yo para realizar esta tarea, pero estoy seguro de que no había ninguna más adecuada -ni siquiera Carolina López, que exigió hacerse cargo de ella- que Bruno Montané, viejo amigo de Roberto desde sus años de México y activo cómplice a lo largo del tiempo de su aventura poética. (De nuestro trabajo con aquel libro queda testimonio parcial en el número 314 de la revista Quimera, en el que se publicó la que estaba destinada en un principio a ser la nota previa de aquel libro).

Por las mismas fechas Carolina López quiso impedir la reedición, en Ediciones Universidad Diego Portales, de Bolaño por sí mismo, una selección de entrevistas con Roberto Bolaño excelentemente armada por Andrés Braithwaite, también amigo y cómplice del escritor (para Braithwaite escribió Bolaño la mayor parte de sus columnas periodísticas). Prologado por Juan Villoro, ese libro constituye una inmejorable “introducción” a Bolaño y un magnífico comentario de su obra y de su poética. Afortunadamente, los responsables de Ediciones Universidad Diego Portales no se arredraron frente a las amenazas de los abogados de Carolina López y el libro sigue circulando en Chile. Pero esas mismas amenazas han obrado su efecto entre editores de otros países, en particular España, donde lamentablemente se desconoce. Jorge Herralde se hizo con los derechos del libro, pero cuando ya estaba en proceso de producción recibió un conminatorio burofax en el que se le avisaba de la rotunda oposición de Carolina López a que ese libro viera la luz. ¿Por qué? En el año 2005 Braithwaite había contado con el consentimiento y la complicidad de Carolina López cuando armó el libro. Tiempo después, sin embargo, lo reprobó. Es más que probable que la razón fuera la muy velada alusión a Carmen Pérez de Vega que hacía Braithwaite en su breve nota sobre la edición, en la que le expresaba su agradecimiento.

Al parecer, meses antes de firmarse el contrato con Alfaguara (¿y por qué no con Literatura Random House, sello perteneciente al mismo grupo, en el que la obra de Bolaño tan bien hubiera cabido?, ¿acaso porque su director es Claudio López de Lamadrid, amigo también y, por lo tanto, testigo de Bolaño?) hubo amagos para conseguir de Jorge Herralde alguna declaración en el sentido de negar que Carmen Pérez de Vega hubiera sido “pareja o compañera” de Roberto Bolaño durante los últimos años de su vida. Puede que la resistencia de Herralde a hacerlo (se limitó escuetamente a afirmar, con toda verdad, que “Carolina López fue la esposa legal de Roberto hasta su fallecimiento y jamás, en ningún momento, Roberto pensó en abandonar a sus hijos”) haya tenido más que ver con la firma de aquel contrato que casi todas las demás razones con que otros especulan.

La lista de proyectos en torno a Bolaño interferidos por los vetos de Carolina López es numerosa. Éstos se extienden a algunos intentos de rescatar la memoria de sus años en México. Perros habitados por las voces del desierto (México, Aldus, 2014), la importante antología de la poesía infrarrealista realizada por Rubén Medina, miembro histórico del grupo, lleva dieciséis páginas en blanco, en las que se lee únicamente el título y la fecha de los poemas de Bolaño que no se han podido reproducir. No es el primer ni el único caso.

Entretanto, los abogados de Carolina López no han dejado de emitir burofaxes intimidantes y de interponer demandas (en nombre del “derecho al honor y a la intimidad personal y familiar” de la misma Carolina López y de sus hijos) a cuantos periodistas, documentalistas, editores, directores de programas universitarios, de canales de televisión, de prensa periódica han osado recordar la existencia de Carmen Pérez de Vega o dado cauce a declaraciones en que se habla de ella en términos que puedan inducir a pensar que nunca fue “pareja o compañera” de Roberto Bolaño.

Sobre la misma Carmen Pérez de Vega -mujer discreta, que vive de su trabajo- pesa en la actualidad una demanda millonaria por manifestaciones que supuestamente habría hecho acerca de su relación con Bolaño y por su comparecencia en foros públicos en calidad de “pareja o compañera” de Bolaño, dos términos éstos -los de “pareja” y “compañera”- que admiten, como parece obvio, una interpretación bastante elástica, por lo que se diría que es poco probable -a mi juicio, al menos- que la demanda prospere. Pero el clima de intimidación sí va surtiendo efecto, me temo, y por mi parte observo con escándalo e indignación cómo -a despecho de tantas incontestables pruebas en las que uno sigue confiando tozudamente, incluidas algunas fotografías inequívocas- la operación de “borrado” de un segmento de la memoria de Bolaño (de quien, significativamente, todavía no se ha escrito ninguna biografía) tiene visos de conseguir sus objetivos, ilustrando una vez más de qué manera, por poco que nos descuidemos, se escribe la historia, cualquier historia.



Reediciones

La nueva y voluminosa edición de 2666 por Alfaguara suprime, razonablemente, tanto la “Nota de los herederos del autor” que figuraba al frente como la “Nota a la primera edición” que iba al final. En lugar de ésta se da un cuadernillo de “Apuntes de Roberto Bolaño para la escritura de 2666. Se trata de la reproducción fotográfica de quince páginas de sus cuadernos en las que figuran, en efecto, apuntes, listados y gráficos relativos a la novela (más la portada de una libreta en la que se lee: “2666. A Non Science Fiction Novel”). Entre los apuntes, se encuentra ése tan emocionante que se citaba ya en la nota a la primera edición: “Para el final de 2666: ‘Y eso es todo, amigos. Todo lo he hecho, todo lo he vivido. Si tuviera fuerzas, me pondría a llorar. Se despide de ustedes, Arturo Belano'”. Se trata de un material sin duda interesante aunque, servido de este modo, puramente anecdótico. También la nueva edición de Los detectives salvajes incorpora un cuadernillo parecido.

Han pasado doce años desde que 2666 vio la luz por primera vez. En este tiempo, parece ser que el archivo personal del escritor ha sido o está siendo -hablo de oídas- minuciosamente catalogado, y es de suponer que en el camino se hayan hecho hallazgos reveladores. No me refiero solamente a posibles inéditos como el que está a punto de ver la luz (El espíritu de la ciencia ficción), sino a pistas de todo tipo que permitan cartografiar el proceso creativo y la trayectoria de Bolaño. ¿Arrojan estas pistas nuevas luces sobre 2666? La reedición de la novela hubiera sido una buena ocasión para saberlo, para esbozar, siquiera muy sumariamente, un ‘estado de la cuestión' en lo relativo a los planes -a veces contradictorios, como es sabido- que Bolaño tenía para su obra magna; también en lo relativo a la existencia de diferentes estratos de redacción, de variantes más o menos sustanciales, de desarrollos alternativos o de posibles cierres o finales.

Sé que una edición comercial no es el lugar más apropiado para entrar en detalles de este tipo, pero la publicación póstuma de escritos quizás no del todo terminados por el propio autor, como es el caso de 2666, reclama siempre ciertas aclaraciones mínimas. Las hacíamos los primeros editores de la novela, incluida Carolina López, al presentarla. Pero por entonces carecíamos de una perspectiva sólida del legado de Bolaño, como cabe presumir que se tiene ahora. Sorprende que no haya nada más que decir o que añadir al respecto.