miércoles, 18 de julio de 2012

Las cenizas de Roberto Bolaño

 por Frank Baéz
Punto en línea, nº 4. UNAM. 2012





1

Roberto Bolaño es la nube con forma de poeta, es el humo que se alza de las chimeneas, es la nieve que cae fuera de las heladerías, en las terrazas y los cafés parisinos.

Roberto Bolaño es la niebla que empaña los cristales, es el estruendo de los vagones que retumban en alguna parte, la imagen que nadie divisa desde los espejos retrovisores, es una sombra que se pasea por Chernobyl, el mes de octubre, el periódico que arrastra la brisa por un callejón, las estrellas que se ven desde la azotea.

Roberto Bolaño en un pozo, en el ladrido de un perro, en un bosque que se va incendiando y consumiéndose a sí mismo bajo el firmamento ceniciento.

Roberto Bolaño dentro de las palabras que van saliendo de este poema, en el  cenicero de un bar, en una camisa y unos pantalones tendidos de un cordel de un vecindario de Montevideo, en la ola que rompe, en la música que entra por nuestros pulmones y sale para entrar en los pulmones de los demás; es las luces de Los Angeles vistas desde un avión,  es el caño de agua interminable, es una paloma que caga sobre una estatua, es la hoja seca que cae de los árboles rojos y que el viento arrastra con otras más y es el alba difusa entre los rascacielos, el smog del D.F. y las luces encendidas de un apartamento donde un hombre golpea a una mujer, la sangre y el agua que corre por los desagües, la eternidad de la luz en el polvo, la luz del sol que te busca por calles y calles y todas las calles del planeta y de repente te toca el hombro y tú te volteas un segundo y lo sientes.



2

Ayer escuché las campanas de una iglesia polaca
y pensé que repicaban por Roberto Bolaño.
Pensé en Homero sentado
bajo un árbol del infierno con cuervos en las ramas
escuchando los poetas que trae Caronte
desde el otro lado de la orilla
y pensé en todos los poetas
que he leído pululando en el infierno
y entré a la iglesia y recé un padrenuestro
por los poetas y por los poetas sin talento
convencido de que Homero se levantó
y le estrechó la mano a Roberto Bolaño
cuando Caronte lo depositó en la orilla
y lo dejó en el infierno extenso
y ardiente como un caldero y éste
asombrado se rascó la cabeza y avanzó.