sábado, 21 de febrero de 2009

Juan Garcia Madero: un detective salvaje

por Daniel Salinas
Plagio.cl. 2008



La literatura, como la mujer, ofrece la promesa de una vida nueva. Pero de las dos, la segunda es una mejor apuesta para un joven poeta de poco talento.


Por oposición al modelo Borgeano de iniciación a la literatura –la experiencia del que tiene una biblioteca en su propia casa y desde niño se lanza al solitario e interminable desafío de descubrirla– Juan García Madero (JGM) entra a la literatura en búsqueda de vida social y de sexo. Probablemente se trate de una calculada ironía el que JGM, al iniciarse la novela, sea virgen. El descubrimiento de la sexualidad es el trasfondo del descubrimiento de la literatura: ambas ocurren al mismo tiempo y forman parte de un mismo proceso.

Desde el principio, JGM está como alentado por una vitalidad que su vida anterior no estaba en condiciones de proporcionarle. Viene de una familia que no apoya su insegura vocación literaria y que en vez de Letras lo obliga a estudiar Derecho, una carrera que no le motiva en lo más mínimo. Poco sabemos de la pareja de tíos con la que vive salvo que no son precisamente buenos lectores y que, para todos los fines prácticos, identifican la vida artística con la perdición. En otras palabras, García Madero no tenía a la literatura en su casa y tiene que salir a buscarla afuera: en la universidad, en los bares, en los personajes que pueblan esos espacios, y al entrar a ese mundo cambia de vida: “Antes no tenía tiempo para nada, ahora tengo tiempo para todo”, escribe.

Como casi todo el resto de la patota, decide hacerse realvisceralista sin saber bien de qué va el movimiento y se dice a sí mismo poeta sin haber escrito sino algunos pocos poemas sueltos. Pero al menos ya no está solo: los realvisceralistas le enseñan a leer, a robar libros, a fingirse un lector de envergadura, a no ser tan pelotudo como para parecer “el típico pendejo (perdonen la expresión) que se suicidaba después de leer el Werther”. A ser Alguien, en definitiva.

Pero no sólo eso.

Poco se entendería la exquisita adolescencia del libro si no se reconoce que la energía de lo literario radica, para JGM, en su capacidad para conseguirle mujeres. Como cualquier otra clase de grupo o de rebaño, los de poetas están compuestos por hombres y mujeres que se encuentran: el vínculo que se produce entre ellos, si bien tiene como razón o pretexto la literatura, va más allá de ella. Y por eso el bar Encrucijada Veracruzana o la casa de las hermanas Font pueden ser perfectos reductos de iniciación en la promiscuidad, y también en el amor, o al menos en la emocionante sensación de su inminencia.

Para JGM, en la mujer, al igual que en la literatura, está contenida la promesa de un futuro nuevo. Si la vida tiene que cambiar –dado que el mundo no parece querer hacerlo– tenemos dos opciones: leamos o hagamos el amor. E incapaz de escribir una obra poética pasable, JGM termina yéndose a vivir con una mujer de la que no está enamorado pero con la que obtiene la posibilidad de instalarse en otro lugar, salir a la carretera, enfrentarse a balazos con desconocidos, y hasta desafiar al desierto y a la muerte.

La mujer es todo eso y mucho más, aunque en ciertos momentos también puede ser menos. Porque si uno sigue avanzando en el libro, una idea fija del autor salta a la vista: para quienes han tenido en su juventud la experiencia y la ilusión de la literatura, una vida adulta sin ella se vuelve, por alguna razón, de una pobreza existencial abrumadora. ¿Qué es lo que queda después de la efervescencia creadora de la juventud?

En el fondo la historia de JGM es doble. Por un lado propone a la literatura como una forma de la felicidad: como un camino hacia la felicidad o, más aún, como la realización de la felicidad en una de sus mejores posibilidades.

Por otro lado dice que, claro, inaccesible, como lo es la literatura para un poeta de poco talento, al menos puede servir para descubrir al sexo opuesto. Con lo que el buen JGM vuelve del desierto a hacer su entrada triunfal en otro mundo, menos perfecto pero más real e igual de peligroso.